El mundo se dividía tan solo en buenos y malos.
No había término medios: o máquinas de hacer el mal o seráficas criaturas con un almibarado olor a santidad.
La cripta de la catedral, que recuerdo en mi juventud mucho más oscura y lúgubre que ahora, estaba ocupada en su totalidad. Los más pequeños delante para evitar que se distrajesen vigilados siempre de cerca por el cura grasiento de sotana rozada y con brillos nada celestiales.
Era tiempo de ejercicios espirituales donde con todo lujo de detalles se explicaban las torturas y castigos que eternamente aguardaban a los que cometían pecados de determinado tipo. Otros pecados, quizás peor vistos ahora, se despachaban con unos cuantos días de purgatorio. Y para los que, sin haber llegado a tener “uso de razón”, les sorprendía la muerte sin bautismo: el limbo. ¡Y se veían tantos ataúdes blancos llevados por niños, casi sin llanto de los padres y familiares, de tan frecuente que era esa trágica realidad!
Esa fue la infancia y adolescencia de muchos de los que ahora ya estamos preparando el viaje sin retorno…
Pero este texto no puede acabar así, con este sabor amargo y triste. Con una desafortunada introducción he pretendido poner de manifiesto que si con aquella educación alienante, conseguimos entre muchos, casi todos, que este gran país llamado España mejorase hasta no darnos vergüenza de pertenecer a él, igualmente con esta falsa democracia que padecemos, con dirigentes corruptos que se pelean con los de la oposición a ver quién prevarica más, y los que vienen detrás sin todavía haber tocado poder, prometiendo para conseguirlo miles de maravillas, como ya hicieron los otros sin cumplirlas… Con esta falsa democracia, pero más democracia que la de nuestra infancia, conseguiremos también que pase este bache de valores que atravesamos. Bueno, conseguiremos, no, conseguiréis. porque os tocará a vosotros, hijos y nietos, arreglar esta tremenda “merdé” que os hemos dejado.
Y desgraciadamente esto que escribí hace once años sigue vigente y puede que incluso agravado.
No había término medios: o máquinas de hacer el mal o seráficas criaturas con un almibarado olor a santidad.
La cripta de la catedral, que recuerdo en mi juventud mucho más oscura y lúgubre que ahora, estaba ocupada en su totalidad. Los más pequeños delante para evitar que se distrajesen vigilados siempre de cerca por el cura grasiento de sotana rozada y con brillos nada celestiales.
Era tiempo de ejercicios espirituales donde con todo lujo de detalles se explicaban las torturas y castigos que eternamente aguardaban a los que cometían pecados de determinado tipo. Otros pecados, quizás peor vistos ahora, se despachaban con unos cuantos días de purgatorio. Y para los que, sin haber llegado a tener “uso de razón”, les sorprendía la muerte sin bautismo: el limbo. ¡Y se veían tantos ataúdes blancos llevados por niños, casi sin llanto de los padres y familiares, de tan frecuente que era esa trágica realidad!
Esa fue la infancia y adolescencia de muchos de los que ahora ya estamos preparando el viaje sin retorno…
Pero este texto no puede acabar así, con este sabor amargo y triste. Con una desafortunada introducción he pretendido poner de manifiesto que si con aquella educación alienante, conseguimos entre muchos, casi todos, que este gran país llamado España mejorase hasta no darnos vergüenza de pertenecer a él, igualmente con esta falsa democracia que padecemos, con dirigentes corruptos que se pelean con los de la oposición a ver quién prevarica más, y los que vienen detrás sin todavía haber tocado poder, prometiendo para conseguirlo miles de maravillas, como ya hicieron los otros sin cumplirlas… Con esta falsa democracia, pero más democracia que la de nuestra infancia, conseguiremos también que pase este bache de valores que atravesamos. Bueno, conseguiremos, no, conseguiréis. porque os tocará a vosotros, hijos y nietos, arreglar esta tremenda “merdé” que os hemos dejado.
Y desgraciadamente esto que escribí hace once años sigue vigente y puede que incluso agravado.