No creas, vieja amiga, que escribo para ti,
ni para ti, tampoco;
Mucho menos lo hago para usted,
señora mía.
Escribo porque me encanta,
porque me hace libre,
porque me acompaña el papel,
ahora teclado.
Escribo disfrutando
La soledad tanto tiempo añorada.
Aunque nadie me lea.
Aunque nadie me escuche.
Le hablo a un alto muro de las lamentaciones,
que no responderá, ni siquiera con eco.
Escribo con consciencia
de que no habrá ni aplausos, ni abucheos;
tan solo un silencio oscuro y húmedo
que huele a orín y a moho
como esas tumbas sombrías de los camposantos.
O tal vez me equivoque.
Mi amigo me llamaba “el novio de la muerte”
Pero eran cosas suyas:
No soy nada valiente:
a veces tiemblo, incluso
Y empiezo a estar seguro
que mi afán de escribir
es sólo una artimaña
para ahuyentar mis miedos.
ni para ti, tampoco;
Mucho menos lo hago para usted,
señora mía.
Escribo porque me encanta,
porque me hace libre,
porque me acompaña el papel,
ahora teclado.
Escribo disfrutando
La soledad tanto tiempo añorada.
Aunque nadie me lea.
Aunque nadie me escuche.
Le hablo a un alto muro de las lamentaciones,
que no responderá, ni siquiera con eco.
Escribo con consciencia
de que no habrá ni aplausos, ni abucheos;
tan solo un silencio oscuro y húmedo
que huele a orín y a moho
como esas tumbas sombrías de los camposantos.
O tal vez me equivoque.
Mi amigo me llamaba “el novio de la muerte”
Pero eran cosas suyas:
No soy nada valiente:
a veces tiemblo, incluso
Y empiezo a estar seguro
que mi afán de escribir
es sólo una artimaña
para ahuyentar mis miedos.