En estos días en que los niños, y también los que ya no lo son tanto, terminan las clases y recuperan el tiempo libre que el curso les fue robando, es más fácil encontrárselos deambulando por el paseo fluvial, el mismo por donde yo suelo llevar a los perros. Su presencia llena el aire de una energía distinta, más ligera, más despreocupada. A veces llevo la cámara, con la esperanza de atrapar un instante que merezca ser guardado. Pero la mayoría de las veces vuelvo a casa con las manos vacías pero habiendo disfrutado del paseo fotográfico.
Hace poco, sin embargo, al revisar las fotos de uno de esos paseos, creí haber salvado al menos una imagen decente. Encontré tres, no se si salvables, y en las tres, curiosamente, se repetía una misma escena: grupos de jóvenes sentados juntos, compartiendo el espacio, pero no la mirada.
Hace poco, sin embargo, al revisar las fotos de uno de esos paseos, creí haber salvado al menos una imagen decente. Encontré tres, no se si salvables, y en las tres, curiosamente, se repetía una misma escena: grupos de jóvenes sentados juntos, compartiendo el espacio, pero no la mirada.
