Ciencia y Poesía

El físico Paul Dirac, premio Nobel y al que suelo referirme en ocasiones, dijo que en Ciencia uno intenta decir a la gente de una manera que todos puedan entender, algo que nunca nadie supo antes. Y en Poesía, es lo contrario, uno intenta explicar algo que todos saben y sienten, pero usando un lenguaje retórico que a veces nadie comprende del todo.

El otro día leí un bello texto de un escritor y psicoanalísta mexicano que, sin saber si era una simple cita o se refería a alguna persona en concreto, me hizo pensar en unos términos muy diferentes a los que probablemente el autor los escribió. El texto de Eric Leunam decía así:

“Me gusta pensar que voy a verte. No sé en que lugar, ni en que estación o circunstancia. No sé si hoy, mañana, en unos años o en alguna otra vida. No sé si siendo niños, jóvenes o ancianos; en forma de personas, de agua y piedra, flor y tierra o lluvia y cielo. Sólo pensar que voy a verte de algún modo; en algún tiempo en que nuestros destinos coincidan nuevamente. Sólo pienso en eso.
Me gusta pensar que voy a verte…”


Esto lo dice Leunam y es Poesía. Pero si entra la Ciencia de la mano de alguien como yo al que sólo le quedan los recuerdos de ecuaciones y teoremas, podría quedar escrito “científicamente” de esta otra manera, puede que más rigurosa, pero mucho menos bella:

No necesito pensar que voy a verte porque nos vamos a ver con toda seguridad. O mejor dicho vamos a estar unidos íntimamente como si fuésemos miembros de un mismo cuerpo. No será hoy. Tampoco mañana, será en bastantes años en forma de agua o de piedra, no de personas, sean niños, jóvenes o ancianos. Somos agua antes que polvo y al agua volveremos. Las moléculas que forman nuestros cuerpos en una magnitud difícil de comprender: 10 elevado a 28, un uno seguido de veintiocho ceros, diez mil cuatrillones de moléculas tuyas y algunas más mías, debido a mi sobrepeso. Todas parecidas, todas diferentes, acabarán yendo al mar -que es el morir, como dijo Jorge Manrique- y allí acabarán mezclándose con los 1.332 millones de kilómetros cúbicos de agua que contienen todos los océanos de la Tierra. Es decir que en cada litro de agua que alguien tome después de muchos siglos en cualquier parte del mundo, existirán siete millones y medio de moléculas tuyas y otras tantas mías. Y hasta es posible que puedan combinarse entre ellas formando sustancias más complejas que serán parte de ti; que serán parte de mí...

Pero no disfruto pensando en esa unión, porque es más que probable que no te reconozca.

Por eso, no me gusta pensar que voy a verte porque estoy seguro que dentro de muchos años, tal vez siglos, cuando nuestros descendientes jueguen en la playa con un cubo de agua, allí estaremos tú y yo, mojando la ardiente arena y dejando un rastro irreconocible de lo que fuimos o de lo que tal vez pudimos ser.

Esto y mucho más he pensado mientras recuperaba de mi archivo la fotografía de esta joven y bella dama.
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Pues qué puedo decir compañero, que me ha encantado leerte!
Y me has dejado pensando un buen rato... hasta que recordé que la reflexión acababa con una bonita foto!
Precioso retrato, preciosa modelo. Sus lágrimas denotan tristeza resignada, o quizás temor! Por otro lado, el acertado revelado entre sepia y gris con el negro fondo potencia su expresión!
Un saludo, Antonio!
 
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